viernes, 3 de septiembre de 2010

Lo que nos tiene preparado el destino


Un cambio. Vaya que sí. Tenía 13 años; mi vida había cambiado inesperadamente desde que mis padres me dieron la noticia de que se iban a separar; hacía años que no los veía juntos sin que estuvieran peleando.

Mi papá era ingeniero, y tenía que viajar gran parte del año a otros estados del país, pero de un tiempo a la fecha comenzó a viajar con más frecuencia, y mi madre que era muy histérica ya se había cansado de esta situación, pues sabía que los “viajes” ya no eran solamente de trabajo, ella se enteró de que mi padre tenía otra familia; y ante esto, un día no resistió más y hablo de frente con mi padre.

Yo me sentía mal ante esta circunstancia, pues mis hermanos Cecilia y Martín me contaban que antes de que yo naciera, mis padres no tenían este tipo de problemas.

Mi hermana era morena, con cabello rizado, delgada, era la más codiciada del vecindario, tenía 19 años en aquella época. Ella era todo lo contrario a mí, de hecho hasta dudaban que fuéramos hermanas. Yo era un poco más clara que ella, tenía el cabello lacio y no me llevaba con ninguno de los chicos del barrio. En cambio Martín se parecía más a mí en cuanto a físico, porque su carácter se parecía al de Cecilia, tal vez era porque solo se llevaban 3 años de edad, el tenía 22 años; no se preocupaban mucho, eran tan indiferentes a los problemas que acontecían.

Al separarse mis padres, Cecilia y Martín decidieron irse con mi padre, pues ya se habían cansado de las irritantes quejas de mi madre. Yo me quede con ella porque no la quería dejar sola.

Pasaron algunos meses, y un día mi mamá me dijo:

¿Anabel, me habló tu tía Stefan, la que vive en Canadá, si te acuerdas no, y me dijo que hay muchas posibilidades de trabajo y estudios. ¿Te gustaría que nos fuéramos a vivir allá?

¿Qué le podía decir?, realmente no me importaba, además yo era la culpable legítima de todo este problema.

Después de una semana, de una rápida planificación para el viaje, subimos al avión un domingo por la tarde, un avión que nos llevaría a un nuevo lugar, un sitio donde nunca habíamos estado, y que pronto llamaríamos hogar.

Al llegar, mi tía nos esperaba en el aeropuerto, nos saludó con un español demasiado fluido, pero su acento sonaba un poco extraño, como si se le trabaran las palabras en la lengua. Me dio un poco de risa pero la oculte con facilidad. Ella ya se había hecho de su carro, en realidad ella parecía toda una canadiense, se había pintado el cabello de rubio, y su gran estatura no marcaba gran diferencia con los demás.

Hacía mucho frio pero ella solo llevaba un grueso suéter. A diferencia de mi mamá y yo que llevábamos un suéter, arriba una gran sudadera, y por encima una gruesa chamarra.

Al llegar a su casa sentí mucho calor, nos explicó que había subido la calefacción para que no nos sintiéramos tan incómodas. Comencé a quitarme los abrigos y al instante sentí como la mayor parte del peso desalojaba mi cuerpo.

La tía Stefan nos explicó sobre todo lo que había en la casa. Lo más gracioso fue ver como se sonrojaba cada que se equivocaba y comenzaba a hablar en inglés. No me arrepentí mucho de que se me escapara una carcajada ahogada, porque ella también parecía divertirse cuando veía nuestros rostros desconcertados al no entender ni pio de lo que ella estaba diciendo.

Por supuesto, nos instalamos fácilmente, pero me aterrorizaba ir a la escuela y más aún con puro extraño que hablaba en otro idioma.

Tía Stefan ya había planeado casi todo. Contrató a un maestro de inglés. Cuando lo conocí por primera vez me dió miedo, llevaba un gran traje negro, era blanco y de cabello rubio, ojos terroríficamente azules, y para colmo caminaba a grandes zancadas que se podían oír hasta el otro extremo de la casa. Me saludó en ingles, bueno a mi mamá y a mí:

-Hello, my name is Edmond- de ahí en fuera no entendí lo que decía, de pronto calló y se nos quedó viendo, me di cuenta de que ya había terminado de hablar.

Nos enseñó como pronunciar las letras del abecedario, y después los modales. A él se le iba más rápido el hilo que a mi tía, y comenzaba a hablar en ingles. Creo que él era verdaderamente canadiense, de hecho su pronunciación era mucho mejor que la de mi tía. Después de una semana de que el maestro Edmond nos hubiera metido a la cabeza todo lo que pudo, comenzaron las clases, fue una pesadilla, todos me estaban viendo, pasaban junto de mí en el corredor, pensando que mi mirada despistada omitía las expresiones de sus rostros, aprobación, desaprobación, las expresiones más ocupadas.

Oí como unos pasos se acercaban a mi rápidamente, y de repente una niña bajita, cono ojos y cabello marrones me saludó:
¾ Me han dicho que vienes de México¾ nadie me había hablado desde que el director me fue a dejar a mi primera clase ¾Yo he venido de Galicia, me pareces mas tipo estadounidense.¾ parecía que había hecho caso omiso a mi mirada vagamente ausente.

Después de eso se me soltó la lengua con ella, y como nadie parecía entender lo que decíamos no evité preguntarle sobre algunos compañeros.

Mi compañera ocupaba expresiones muy extrañas. Aún para mí que hablaba la misma lengua. Pronto me hice de más amigos, parecían interesados en mi origen, mexicano, ¡puf! como si fuera cosa de otro mundo.

El maestro seguía yendo a la casa, y mi mamá siempre se ponía feliz al verlo, ¡aagghh!, él como mi nuevo padre, no quería ni imaginarlo, que tal si empezaba a hablar como el de tanto que lo veía.

Después de dos meses, me sentía bien integrada con respecto a la escuela, hasta les enseñé expresiones mexicanas a mi amigos, que a cada rato se ponían de moda. Prácticamente me había olvidado de mi padre y mis hermanos. Así que decidí llamarle por teléfono. Hicieron observación de mi nuevo acento, pero yo no había notado cambio alguno.

En fin, todo viento en popa, ahora tengo 20 años y te escribo esto, querida sobrina Melanie. Solo digo que no te preocupes, todo se arreglará, tal vez hasta te vengas a vivir a Canadá con tu queridísima madre. Por cierto a tu abuela no se le hizo con el maestro Edmond, él es felizmente casado. Besos tu tía Anabel.